No nos asusta fracasar. No nos asusta, porque de los batacazos, sobre todo de los batacazos, se extraen enseñanzas valiosas. Hace tres años apostamos por escolarizar a Ares en la escuela ordinaria. Ayer cerramos el curso. El siguiente lo comenzaremos en una escuela de Educación Especial. La apuesta ha salido cruz.
Ojalá pudiéramos decir que la escuela no se ha implicado, que la directora no sabe quién es Ares o que la Jefe de Estudios se ha mantenido al margen.
Ojalá pudiéramos decir que los niños han rechazado a Ares o que los padres de la clase no querían a una niña con discapacidad con sus hijos.
Ojalá pudiéramos decir que los profesores que han trabajado con Ares eran malos profesionales y no sabían a qué se enfrentaban.
Ojalá pudiéramos decirlo, porque la explicación sería terrible, pero tan contundente que el cambio no nos generaría dudas. Sin embargo no podemos decirlo: La escuela se ha implicado, los padres de los niños han tenido un comportamiento exquisito, los niños quieren a Ares y los profesores se han esforzado por ayudarla.
¿Por qué nos vamos entonces a la Educación Especial? Porque la inclusión plena, a día de hoy, es una quimera; porque la educación en nuestro país, y sobre todo con los niños con necesidades educativas especiales, se ve como un gasto en vez de como una inversión; y porque, no nos engañemos (nunca nos hemos engañado), la evolución de Ares no ha sido la que esperábamos.
Ayer fue un día triste y feliz. Muy triste y muy feliz. Vimos lo que Ares ha aportado a sus compañeros, a sus profesores, a la escuela. Ojalá la semilla que ha sembrado brote con el tiempo y la escuela, los profes, los padres y los niños veas de otra manera la diversidad.
También fue un día triste. Cuando una puerta se cierra no se abre ninguna otra. Esa puerta, la tuya, la que da acceso al universo en el que Ares ha sido feliz y querida, ya no nos pertenece. Y ese era el lugar en el que desearíamos habernos quedado.
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